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Pinocho en el Siglo XXI

Pinocho en el Siglo XXI

Hace unos días, como cada mañana, salí un momentito de la oficina para tomarme un café y hojear y ojear el periódico del día. De repente, un pequeño recuadro, con un suceso, llamó enormemente mi atención.

Se trataba de algo sucedido en una localidad de Murcia. Una niña de 11 años fingió un secuestro para librarse de un castigo por llegar tarde a casa. Vale, ¿que ha fingido qué? Sí, sí. Vale, ¿a qué hora llegaba? Tarde, muy tarde.

La niña en cuestión, no llegaba a casa, y ya era muy tarde, así que sus padres, alarmados, denunciaron su desaparición en el cuartel de la Guardia Civil. Cuando la nenita llegó a su casa, a las 5 y media de la mañana, dijo que tres marroquíes la habían secuestrado, metiéndola en una furgoneta blanca, de la que había conseguido huir por una ventanilla que habían dejado abierta. Y claro está, la mentira y el pastel se descubrieron.

Recuerdo una vez, con apenas 4 años y pico, que me dio el ramalazo y me puse a extender un quesito de esos de La vaca que ríe (¿se pueden decir marcas?) por la pantalla de la tele, una Elbe (otra marca) de los tiempos de Maricastaña, como quien extiende crema hidratante. Después me puse a jugar con mi hermanita, que tenía unos 6 meses, y se entretenía en intentar permanecer erguida, sentadita en su parque-jaula, donde hemos jugado todos los bebés. Llegó mi padre y, con voz de ogro enfadado dijo: “¿Quién ha hecho eso?”. Yo, inocentemente, señalé a mi hermana y dije: “Ha sido Esther…”. Me llevé una paliza de órdago, más por mentirosa, que por la trastada en sí. ¡Menos mal que no se me ocurrió decir que tres marroquíes me habían secuestrado y, a punta de pistola, me habían obligado a extender aquel quesito!

Me parece fatal que los niños mientan de esa manera. Y todos hemos sido niños, y hemos contado mentirijillas para salir del paso en diversas ocasiones. Pero no nos hemos inventado un secuestro como excusa por llegar a casa casi al amanecer, con 11 añitos.

Cuando empecé mi andadura juergueril, era la única de mi grupo de amigas que tenía una hora de llegada. Primero era la 1 de la madrugada, y mi padre estaba puntual esperándome con el coche. Después, las 4 de la mañana, y la nena ya era un poco más independiente, y podía volver sola a casa. Teníais que verme, con 17 años y una media cogorza, corriendo los casi 3 kilómetros que separan mi pueblo del pueblo por el que salíamos de fiesta. Y jamás llegué tarde. Vale que yo era un poco tonta, y podía haber hecho como mi hermana, que siempre se la ha soplado, y ha llegado a casa cuando le ha dado la gana. Pero, eso sí, sin inventarse ningún tipo de mentira.

Excusas hemos usado todos los críos. ¿Quién no se ha hecho el enfermo alguna vez para no ir al colegio? Siempre había un examen, alguna tarea sin hacer, o algún profesor que nos tenía manía, que nos inspiraba un dolor de estómago, de cabeza, o unas ganas irrefrenables de chupar tizas para que nos subiera la fiebre. Yo sólo lo he hecho una vez, y juré no volver a hacerlo. Hacerme la enferma, lo de las tizas nunca lo he probado.

Recuerdo que estaba en 5º o 6º de E.G.B. Había un trabajo que la menda lerenda no había hecho y, claro, por la mañana, al sonar el despertador, descubrí que me dolían el estómago y la cabeza. Vino mi madre a avisarme de que había que ir al cole. Me destapé un poquito, y puse una cara de pena que, de haberme visto algún pez gordo de Hollywood, me hubieran dado el Oscar sin contemplaciones. Le dije a mi madre que me dolían mucho la barriga y la cabeza.

“Bueno, pues te quedas en casa”, me dijo mi madre con calma. Mientras salía de mi habitación, me tapé y me quedé hecha un ovillo en la cama, saboreando mi victoria, condecorándome a mí misma por esa idea tan genial que había tenido. Pero la victoria se me atragantó cuando escuché a mi madre hablando por teléfono con la consulta del médico de mi pueblo. Dicho y hecho, ahí que me llevó.

Cuando llegamos a la consulta, el médico me sentó en la camilla y me preguntó que me ocurría. Volví a poner mi magnífica cara de pena, y le dije con voz quejumbrosa que me dolían la barriga y la cabeza. El doctor me miró y, para cuando quise darme de cuenta, estaba de rodillas sobre la camilla, mirando a la Meca, con los pantalones por los tobillos.

Puede que esa mentira y esa gloriosa interpretación de niñita enferma me libraran de la bronca de mi profesor. De lo que no me libré fue de que el dedo índice de aquel asqueroso médico explorase mi salida trasera. Él dijo que buscaba lombrices, pero aquel día aprendí que el orgullo lo tenemos guardado en el culo, porque aquel tío asqueroso me lo sacó, lo tiró al suelo y lo pisó.

A partir de aquel día, he ido a clase con fiebre, con dolor de lo que sea, sintiéndome muy mal, mareada y enferma. Todo sea porque no vuelvan a sacarme el orgullo por donde no se debe.

Anécdotas traumáticas aparte, un consejo para padres e hijos. Padres: hay una edad para cada cosa, los once años para jugar a las muñecas y a los Gi-Joe, y los 20 para trasnochar de juerga. Una niña de once años no decide por sí misma salir una noche a esas horas… no para jugar. Hijos e hijas: No mintáis. Puede que la mentira se os vuelva en contra. Una falsa enfermedad provoca que te exploren el recto a mala leche.

No quisiera que tres marroquíes tuvieran que exploraros nada.

 

 

 

(Nota: Fijaos en la imagen que acompaña este post... Pepito Grillo era el médico de mi pueblo hace quince años... )

El cambio climático y mentálico

Sé que estamos en enero, que debería llover, nevar, granizar y hacer un frío del carajo. Pero no lo hace. A lo mejor deberíamos asustarnos, porque esto del cambio climático empieza a convertirse en realidad, más que en una amenaza de ecologistas, metereólogos y demás entendidos.

 

Hoy poco me importa el cambio climático, o que debiera nevar cuando en realidad brilla el sol. Es como uno de esos días de primavera, te despiertas con el sol entrando por tu ventana, te desperezas y te levantas, lleno de energía. Bueno, te levantas cagándote en el despertador, cagándote en el sol que te daba en el ojo y te ha fastidiado los últimos quince minutos de sueño, con muchas ganas de hacer pis y pocas ganas de trabajar, pero supongo que no está de más añadir unas frases un poco bucólicas para ilustrar mi post de hoy. 

 

Sales a la calle y aún hace fresquito, pero sientes el sol en la cara y, ¡coño, esto ya es otra cosa, señora! Empiezas el día con otro ánimo aunque, una servidora, echa de menos la cama hasta las 12 del mediodía. En fin, que será el cambio climático, que no nieva y hace un sol delicioso, pero a mí hoy no me importa. Esta circunstancia del cambio climático me ha traído un cambio mentálico. O un cambio de mentalidad, que es que si lo ponía así no rimaba.

 

Así que mi cambio mentálico y yo volvemos a salir a flote. Bien es cierto que hay motivos, aparte del sol, para que yo esté mejor, pero el sol ya me ha “rematao”… Hoy sólo tengo ganas de cantar y de reír, siguiendo el hilo de mi post anterior. Ya no hay ganas de llorar, ni nubarrones asomando por mi horizonte… hoy hace fresquito, pero he estado al sol, como una lagartija, y soy una persona nueva, otra vez.

 

¡A ver cuánto dura!

Hoy.

Hoy estoy bastante triste. 

No sé si es la resaca de la juerga del sábado, que aún me dura, pero no me encuentro bien. Tengo frío, noto que a veces se me va la cabeza y me mareo y vuelvo a estar inapetente. 

Hoy no tengo ganas de echarle un poco de ironía a la vida, ni de contar con gracia mis aventuras y desventuras en mis andaduras por el mundo. Hoy no tengo ganas de reír, no tengo ganas de plantarle cara a mi compañero de trabajo. Tampoco tengo ganas de trabajar, ni tengo ganas de hablar con nadie. 

Hoy sólo tengo ganas de que me dejen llorar tranquila.

Hoy siento que vuelve a aflorar la Miren de los últimos meses, la que he sido hasta estas dos últimas semanas, en las que decidí darle una oportunidad a la vida y a mí misma. Hoy vuelvo a sentir que soy un fracaso, que no voy a llegar a ninguna parte y que mi futuro está aquí mismo, sola y en una mierda de trabajo.

Hoy vuelvo a sentir el miedo de querer estar con la persona equivocada. Hoy me asusto, una vez más, al sentirme incapaz de retener a alguien para algo más que el sexo. Me acojona el sentir cosas bonitas, me acojona el querer ver a alguien, me acojona creer sentir algo por alguien, aunque no sea precisamente amor. Me acojona, porque sé que volveré a hacerme daño.

Hoy, de nuevo, me hago el propósito de no pensar en nada, el propósito de no volver a salir de casa, el propósito de no meter a nadie más en mi vida, el propósito de cerrarme en mí misma. Hoy, de nuevo, repaso todos mis propósitos de año nuevo, y los mando a la mierda.

Hoy me vuelvo a sentar frente a una hoja en blanco, y dibujo la matriz DAFO de mi vida. Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades. Hoy me vuelvo a sentir desdibujada, con fortalezas que se convierten en debilidades, y oportunidades que se vuelven amenazas.

¿Por qué lo hago todo tan complicado? Me vuelvo a cerrar en banda, me escondo y observo el mundo desde mi rincón oscuro. No quiero mirar, pero ahí fuera hay alguien interesante por conocer, y yo sólo veo dolor y decepciones.

Gracias a la gente que me ha enseñado la cara oscura del mundo, ahora no quiero abrir los ojos para ver la cara bonita. He aprendido de mis errores. El último, hace sólo unos días.

Sé que no vais a entender nada, tampoco hace falta que lo entendáis. Pero respetad que hoy, hoy sólo quiero que me dejen llorar tranquila.  

No me fío...

... de la gente que no te mira a los ojos. 

... de los tíos cuyo única aspiración es llevarte a la cama en la primera cita.

... de mis capacidades para encontrar un nuevo trabajo.

... de mi compañero de trabajo.

... de los del banco.

... de las amigas que no te lo dicen todo a la cara.

... de mi padre.

... del tiempo.

... de mi futuro.

No me fío... ni de mi sombra.  

De la soltería y otros demonios.

De la soltería y otros demonios.

Parafraseando el título de un libro del gran Gabriel García Márquez ("Del amor y otros demonios", absolutamente recomendable si os gusta este autor), vengo hoy a contaros una historia un tanto peculiar, que me viene sucediendo ya durante bastante tiempo, y de la cual empiezo a cansarme.

Viene siendo ya típico el tópico de que un hombre sin pareja es un codiciado soltero, y una mujer sola una solterona. Bueno, pues yo soy la típica tópica solterona. A mis veinticinco noviembres, ¡qué presión!

Hace dos años, la menda lerenda tenía la vida planeada, un novio muy guapo, una relación idílica y muchos planes de futuro. Y nadie me prestaba la más mínima atención. ¡Qué bien se vivía en aquella época! Todo era perfecto hasta que, como suele pasar en la vida fuera de los cuentos de Perrault, la cosa se torció. Y se torció tanto tanto tanto que, de la noche a la mañana, me quedé sin novio, sin relación idílica y sin planes de futuro. Y todo el mundo empezó a prestarme atención.

Bueno, tengo que reconocer que, exceptuando a ciertas personitas que siguen ahí para sacarme a flote siempre que me sumerjo más de lo recomendable, nadie me prestó atención en el primer momento. Respetaron mis meses de luto y dolor, que llevé en silencio, como unas buenas hemorroides. Y para las rupturas amorosas, no hay Hemoal que valga.

Después de la tormenta llega la calma, y después de la calma, aparecen los primeros carroñeros, dispuestos a llevarse a la boca lo poco que ha quedado de ti. Amigas que en realidad no lo son tanto, familia (sobre todo abuelas), primas con vidas perfectas, un padre con un concepto un tanto abstracto de la paternidad y la relación padre-hija, el vecino del quinto, una señora que pasa por la calle y hasta el tío que presenta las noticias. Todo el mundo se hace eco de tu soltería.

Pero en ese momento te da absolutamente igual. Has descubierto que el mejor Hemoal para tu culito resentido son el alcohol, las amigas, y algún rollete esporádico. Eufemísticamente conocido como "pasármelo bien y pensar en mí". Pero va pasando el tiempo, esos rollos ya no te llenan, necesitas algo más, el alcohol es muy duro de mantener, y empieza a afectarte que, en todos los periódicos, la primera plana diga que "Miren sigue soltera".

Se casó mi prima, con un Dandy con dinero, y esperan su primer bebé. "Ooooh, qué bonito, un aplauso para ellos, por favor". Pero no, a la gente no le importa que ellos sean felices, sólo comentan que tú no lo eres. ¿Y quién ha dicho que no lo soy? De repente, no eres nada si no te echas un novio, te compras un piso y te casas. ¡Apelo a la liberación de la mujer! ¡Podemos hacerlo solas! No sabía yo que hubiera que tener acompañante para poder acceder a algunos locales en esta vida...

Ahora se casan varias de la cuadrilla. Tengo dos bodas este año y, aunque me alegre muchísimo por ellas, el disgusto de tener que comprarme ropa, pagar el regalo y un largo etcétera. Eh, estoy soltera, obviamente tampoco tengo dinero, no tengo nadie que me mantenga, no te digo... Y tener que oír que, "pobrecita, encima va sola a la boda". Ay, Dios mío, esto ya es la monda... ¿Cómo voy a llegar hasta el restaurante si no tengo un hombre que me guíe?

En fin, tonterías aparte, a mi entorno le ha entrado un extraño virus en la cabeza, que te hace pensar que no eres nada si estás soltera. Yo estoy soltera y soy muchas cosas. Eso sí, no sé si será influencia del virus o qué demonios, que empiezo a cansarme de la soltería... No por decir que ya estoy con alguien, sino por estarlo realmente. Tener alguien, ahí, para lo bueno y lo malo... Pero es un secreto, ¿eh? Para mi familia y entorno puebleril, sigo siendo la loca que no necesita un hombre para nada. Excepto para algunas cosas. Y no pienso dar signos de debilidad. ¡Vale, no quiero estar sola! ¡Al que abra la boca le enviaré el tubito de hemoal, que lo va a necesitar!

Os preguntaréis que por qué me ha dado por escribir esto. Hoy me ha caído la gota que me ha colmado el vaso, la botella, la piscina o lo que sea. He salido alegremente a tomarme un café, haciendo un "break" en el trabajo, y un vecino de negocio me espeta que podría comprarme uno de los apartamentos nuevos que acaban de construir aquí al lado. "Están vendiendo pisos para solteras", me suelta con su mejor sonrisa (Dios me libre de ver cómo será la peor).

Mi cara se ha convertido en un Picasso auténtico, porque no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Un tipo que no me conoce de nada, hablando libremente de mi soltería. ¿Y a él quién le ha dicho que yo sea soltera o que tengo un harén? ¿Será que se me ve en la cara? ¿Alguien me ha notado algo extraño en el rostro?

No si, al final, va a ser cierto eso de que en las noticias se dice que yo sigo soltera. Porque todo el mundo parece saberlo...

Y yo... yo ya no sé nada.

¡Salud!

 

(Gracias a otra genio, Maitena).

Un día perfecto.

Hay días en los que, sin saber cómo, te levantas sabiendo que algo bueno va a pasar. Intentas abrir los ojos, con los pies aún colgando de la cama, y algo te dice que ese día va a ser especial. 

El de ayer fue un día de esos. Tenía planes, pero aun así sabía que iba a ser un día diferente a los demás. Me levanto, vengo a currar, vuelvo a casa, como, estoy un rato, vuelvo al curro, vuelvo a casa, ceno, estoy un rato, me voy a dormir y vuelta a empezar. Sabía que ayer no iba a ser así.

Fue un día especial, un día como hacía mucho que no había sido. Un día de encuentros y reencuentros. Un día de "primera vez" y un día de "recuerdo la última vez...". Alguien nuevo ha entrado en mi vida, y alguien ha vuelto, desde el espacio y el tiempo.

Me levanto cansada pero llena de energía. Sé que suena paradójico, que parece un engaño, pero fue así. El trabajo, como siempre, indigno, aburrido y estresante al mismo tiempo. Una joyita. La hora de comer, mejor imposible, una ensalada gigante que me acechaba, acompañada de risas y de mucha complicidad. Risas y complicidad que espero que puedan continuar, porque realmente me hacen sentir bien. Y eso es algo que, aunque aquí me veáis fresca y lozana como una lechuga, o absurda y divertida como el mejor de los payasos, hace mucho que no experimento. Había olvidado lo que es sentirse bien. Y ayer lo recordé. Y más de una vez. 

Por la tarde, vuelta al trabajo indigno, aburrido y estresante. Otra joyita de la corona. Visita sorpresa de mi padre y mi hermana cuando me escaqueo a fumar. El primer reencuentro. Más aburrimiento y estrés del bueno, un email que consigue arrancarme más de una sonrisa y, por fin, la jornada termina y es hora de volver a casa.  

Fuera llueve, pero me importa un pimiento. Este día sí que ha sido especial. Voy canturreando Fade to Black mientras pienso en ese encuentro y en ese reencuentro. Algo que empieza, algo que se arregla. El día prometía, y ha salido bien.

Llego a casa y, el día continúa. Voy a saludar a mi compañero de piso, alias "el compi varón", y me encuentro un papelito de la oficina de Correos de mi barrio. ¡Ha llegado mi paquete del MetClub! Mañana (hoy) me paso a por él.

Mientras picoteamos algo de cena, charlamos, reímos viendo El Hormiguero y trato que mi amiga y compañera de piso se recupere de una nueva decepción. Quiero que ría, que llore, que grite, que patalée, que se vacíe por dentro para poder descansar bien. Y creo que lo consigo.  

Y, cuando creo que ya ha terminado el día definitivamente, me da por entrar por aquí, quiero contar lo especial que ha sido mi día, pero algo evita que lo haga hasta hoy. Y es que, navegando por el blog de la Terremoto esta, encontré un enlace con un nombre que me era de lo más familiar. Y allí que fui.

Entré, y leí, y me dió un vuelco el corazón, y me sentí desdichada y afortunada al mismo tiempo. Me sentí egoísta, me sentí arrepentida, me sentí feliz. Han pasado muchos años, pero ahí queda el hecho de que nos hicimos mucho daño la una a la otra. Dos no pelean si uno no quiere, uno no engaña si el otro no quiere. Nos dejamos engañar y quisimos pelear por una causa que de antemano sabíamos perdida. Nos perdimos la pista a la otra y el último recuerdo que tengo es que nos odiábamos. No sé si a muerte, pero por ahí andaría.

Ha llovido mucho desde entonces, pero no he podido evitar pensar en ti muchas veces. Cada vez que pasaba por tu pueblo (han sido muchas veces), cada vez que algo o alguien me traía a la mente cosas relacionadas con aquella época, la vez que vi a nuestra "mami" por primera vez y pude abrazarla... Y siempre he sentido lo mismo: vergüenza y arrepentimiento. Y tristeza, por tener certeza de que hay un "lo que pudo ser y no fue".

Te dedico esta bajada de pantalones pública, Ira. Me alegro de que la vida te sonría, me alegro de que pienses igual que yo, me alegro de haberte encontrado, me alegro de poder bajarme los pantalones públicamente... Soy un manojo de tonterías e ironía, cuando me enamoro (o creo hacerlo) me pierdo como la que más, tengo la cabeza de cemento armado pero, en el fondo, sé aprender de mis errores. Ojalá podamos enmendarlo.

Gracias a toda la gente que hizo que ayer fuese un día bonito, un día con muchas sonrisas y muchas emociones. Tú, por hacerme volver a creer en cosas que daba por falsas; la peña de Metallica, por el paquete del MetClub; Maider, porque nos tenemos la una a la otra y eso me hace inmensamente feliz; Pilar, por meterme en este mundo y volver a hacerme pensar, por volverme a cruzar con alguien a quien hice mucho daño en el pasado; Ira, por hablar así de mí después de lo pasado, por quitarme una lágrima tonta, por ponerle la guinda a un día perfecto y lleno de emociones. 

Gracias a tod@s. Y mañana, más. 

El trabajo dignifica, pero, ¿quién se acuerda del trabajo digno?

El trabajo dignifica, pero, ¿quién se acuerda del trabajo digno?

 

 

 

Cuando cumplí 15 años y se me otorgó el regalo del "derecho al trabajo", me faltó tiempo para buscarme una ocupación veraniega.

Imaginaos una tierna e inocente quinceañera (aunque no lo parezca, yo fui todo eso una vez) trabajando en un hospital psiquiátrico. Había gente que decía que era una tapadera, que en realidad yo estaba en un tratamiento psiquiátrico, pero la verdad es que lo hubiera necesitado cuando salí de allí. ¡Menudo trauma!

Allí, nada más llegar, me entregaron un horrible uniforme blanco, unos zuecos de mi talla, y un manojo de llaves. En aquel momento se nos explicó la regla universal de aquel centro: cada vez que cruzásemos una puerta, ya fuese entrando o saliendo, deberíamos cerrar con llave. Os podréis imaginar mi careto del momento, pensando que iba a estar tres meses encerrada con psicópatas, violadores y suicidas de todo tipo.  Y también os podéis imaginar cómo me reí cuando vi a Nicole Kidman decirle al ama de llaves exactamente lo mismo en Los Otros.

Desde luego que mi mente, ahora que empiezo a tontear con los treinta, no vería las cosas como las veía con 15 años, pero no os exagero si no os digo que fue una de las peores épocas de mi vida. Había gente de todo tipo allí. El centro estaba regido por monjas, ¡con la Iglesia hemos topao! El ambiente era muy extraño, yo lo pasaba fatal, y aparte de lidiar con los internos había un duro trabajo por hacer, pero como el trabajo dignifica, se hace lo que haga falta.

Había una parejita que iba comiéndose los morros por todo el centro, con el consiguiente escándalo por parte de las monjitas. Él, loco de remate, iba a todas partes con un bote de colacao. Ella, peor que él aún, tenía una afición un tanto extraña: subirse la camiseta y encender y apagar las luces de todas partes apretando el interruptor con los pechos. Ahora imaginaos la escenita: ella se ponía a jugar a su juego favorito y, cuando él la veía y, sin soltar el dichoso bote de colacao, se le abalanzaba y empezaba a toquitearla y a gritarle "mi amor, mi amor". Entonces es cuando los demás locos se alteraban, yo me apartaba como podía, y las monjas llegaban, nombrando a Dios Todopoderoso que permitía un semifornicio en público. Ahora que soy pseudo-adulta, me río a carcajadas de aquello. Con quince años, aquello me aterraba. Aquel espectáculo erótico-grotesco me causaba pesadillas.  Pero el trabajo dignifica, así que cogí mi escoba y mi pala y seguí aprendiendo lo que buenamente pude.

Cuando, tres meses, muchas lágrimas, muchos disgustos y alguna que otra carcajada después, mi contrato finalizó, me vi liberada. En septiembre volví a mis estudios, con muchas anécdotas a mis espaldas. A veces, cuando la pesadilla del psiquiátrico volvía a mi mente, le echaba un vistazo a mi cuenta bancaria, con unos cuantos miles de pesetas más (ay, las pesetas, qué tiempos aquellos), y me repetía a mí misma que el trabajo dignifica, y yo ya era un poquito más digna que cuatro meses antes.

Aquel fue el primero de muchos veranos relativamente perdidos. Después de ese, se sucedieron otros, no tan traumáticos, pero sí cansados y desesperanzadores, en parte. Un albergue con una gerente pija y estúpida que no tenía ni idea de cómo llevar el centro, un montón de niños pijos de campamento, la barra de un bar llena de borrachos, clases particulares a adolescentes bobos con la sesera de hormigón armado, y más ejemplos de que el trabajo, en el fondo, no dignifica tanto como dicen.

Seguía con mis estudios, hasta que llegaron las vacas flacas con un cartelito de “Deja de estudiar y ponte a currar en serio, nena”, y les hice caso. Me metí en una instaladora de gas, con un jefe explotador, dos compañeras trepas y un montón de clientes sin educación. ¡Pero cómo dignifica el trabajo, señora!

Fue en aquel entonces cuando descubrí que, si el gas estaba caro, era por mi culpa. De la noche a la mañana, los clientes me nombraron “la que le pone el precio al gas”. ¡Y yo pagando las facturas, tonta de mí! Llegué a pensar que, en vez de un trabajo, aquello era un estudio sociológico a gran escala. Ahora bien, no le doy una demasiado buena puntuación a la población en general. Por poner unos ejemplos: una señora que menta y se caga en mi madre y todos mis ancestros; un octogenario con dificultades para caminar que le lanza una silla a mi compañera (lástima no haber llevado la criptonita ese día); un tipo recién salido de la cueva que amenaza con traer un bidón de gasolina y darle fuego al local conmigo dentro; una ancianita entrañablemente paranoica que me dice que su muerte pesará sobre mí si, como ella afirma, la vecina le mete el tubo del gas en la cocina para envenenarla… Y yo ahí, dignificándome, oiga…

Dos años, tres muñecos de vudú para mi jefe, un par de reclamaciones oficiales, cuarenta amenazas y algunos disgustos después, por fin decidí marcharme. Me ayudaron a decidirme las jornadas diarias de doce horas sin ningún tipo de remuneración extra, los marrones ajenos que me comí con patatas y pimientos del piquillo, las trepas dichosas, y las dos semanas de vacaciones que había “disfrutado”, colgada del teléfono con mi jefe, en todo ese tiempo. Y así de digna, porque el trabajo dignifica, me puse a echar currículums.

Un señor muy simpático de Bilbao apareció en escena, ofreciéndome un trabajo maravilloso en una academia de idiomas. Buen ambiente, buen sueldo (mejor que el que cobraba por aquel entonces, desde luego), trabajo creativo y posibilidad de estudiar inglés es lo que me “regalan” si acepto el empleo.

¡Así sí que dignifica el trabajo! Ahora me doy de cuenta de que, en realidad, lo que hice fue huir de la instaladora de gas como alma que lleva el diablo. Porque el ambiente tan bueno no incluía un compañero que pierde el culo por toquetear todo lo que lleve faldas (simbólicamente hablando, claro), porque el sueldo no es tan bueno cuando te das cuenta de que te están reteniendo un 2% (y luego Hacienda, que somos todos, viene a reclamar lo que te están pagando de más), porque el trabajo creativo implica que una sola persona cubra tres puestos de trabajo, y porque estudiar lo que se dice estudiar, apenas te dejan. Y más cosas que no digo. Y, vale, el trabajo dignifica, pero yo, por si acaso, me voy a poner a echar currículums otra vez.

De hecho, llevo buscando otro trabajo desde julio. Otro día os contaré cómo veo yo esto de buscar un buen trabajo, hoy en día, en este país tan… en este país. Un trabajo que dignifique, sí señor, pero no tanto como estos porque yo creo que no estoy hecha para ser tan digna.

Dedico este post a todos los currichungos dignos que, como yo, viven cada día como si fuese una odisea, llena de aventuras y desventuras. ¡Suerte y dignidad, pero dignidad de la buena, compañeros!

Gracias a Forges por plasmar nuestra realidad en esta viñeta.

Soñadora que sueña sueños soñados.

Soñadora que sueña sueños soñados.

Lo gracioso es que, de una forma u otra, siempre has estado aquí.

Te cruzaste en mi vida cuando yo tenía unos 13 años; tú, unos cuantos más. Siempre supe que serías mi amor platónico, mi fantasía, mi sueño imposible de realizar. Aunque a veces, mi subconsciente enamoradizo, romántico y cabezón se resistía a resignarse.

A los 16 años, cuando el amor se convierte en el motor de la vida, seguías ahí. Guardaba fotos tuyas, que miraba cuando no me veía nadie, y escondía debajo de la almohada. Cada noche, me acostaba ansiosa, esperando reunirme contigo en la fase REM.

Lo conseguía casi a diario. Caía en un sueño profundo que me llevaba hasta a ti. O quizá eras tú quien se colaba en mis sueños, tratando de complacer a aquella niña enamorada que sabía que jamás te tendría a su lado.

Cuando los chicos y chicas de mi alrededor empezaban a descubrirse unos a otros, yo seguía pensando en ti, arañando el recuerdo de esos besos soñados que me habías regalado la noche anterior, y deseando que el sol volviera a esconderse para reunirme contigo de nuevo.

El tiempo siguió su curso, y yo misma traté de dejar esos sueños en el olvido. No quería soñar despierta ni dormida, y caí en los brazos de un sueño ajeno. Alguien real, de carne y hueso, con quien poder probar esas sensaciones que conocía sólo de forma onírica.

Hace dos años el destino quiso que tú y yo nos viésemos las caras. Mi fantasía es real, se mueve, habla, respira igual que yo. Un encuentro, un roce, apenas unas escuetas frases... Un único beso, por primera y última vez no soñado. Un beso de buenas noches que albergaba muchísimas más cosas que un deseo de buen descanso. Muchísimos secretos, años de sueños, fantasías de carne y hueso... de mis labios a tu mejilla. Y creo que supiste entender.

Vuelvo a mi vida real. Dejo los sueños abandonados para siempre. Es parte de mi pasado, y ni siquiera fue real. Una historia, miles de horas de sueño, lágrimas, sonrisas, deseos... sueños, al fin y al cabo.

Y hoy, después de más de mil y una noches, vuelves a aparecer. No dices nada. Sólo callas y te dejas abrazar. Puedo sentir el tacto de tus manos en las mías, el olor de tu pelo. Como hace casi dos años. Como en aquella realidad que ahora sueño.

¿Sueño, realidad? ¡Qué más da!
Lo gracioso es que, de una forma u otra, siempre has estado aquí.