Blogia

malkotxu

Cómo compartir piso y no morir en el intento.

Cómo compartir piso y no morir en el intento.

¿Alguien lo sabe? ¡Que me lo diga! 

Llevo 7 años, desde mis tiernos 18, o 17, compartiendo piso. Hay anécdotas para dar y regalar, historias buenas y menos buenas, momentos de amistad, momentos divertidos, momentos de cabreo, momentos de "ya me estás tocando las pelotas" y momentos de "que alguien agarre a esta tía, que la tiro por el balcón". 

Cuando empiezas a compartir piso, lo primero que tienes que meterte en la cabeza es precisamente eso, el compartir, pero con un límite. Hoy cedes tú, mañana cedo yo, te adaptas a mis manías y yo a las tuyas, y aquí paz, después gloria, y luego un tiroteo.  

Después del instituto, me vine a Pamplona a estudiar, y decidimos que lo mejor sería que me alquilase un piso con más gente, para no tener que andar yendo y viniendo del pueblo. Nos juntamos tres amigas y la hermana de una de ellas. Encontramos una ganga con una pega... 3 habitaciones para 4. Ahí empezaron nuestros problemas. Las dos hermanas no querían compartir habitación, a otras no nos importaba, pero luego empezaba el jaleo para cuando había que estudiar, y el tiroteo. Como donde hay confianza da asco, a mí me tocó estudiar en el salón, y todo el mundo entraba y salía, ponía la tele o se tomaba el colacao mirándome gruñir delante del ordenador... 

Llegó el segundo año y tres ya teníamos noviete. Es fácil de imaginar, con 19-20 años, tener un piso sin padres y un novio de edad similar es algo que provoca fogonazos en la mente... y tiroteos en el piso. Como donde hay confianza da asco, a mí me tocó sacar el colchón al salón, llevarme ahí a mi novio y el resto ya no lo puedo contar.

Dos años y pico más tarde, tuve que dejar mis estudios para ponerme a trabajar, que la vaca no daba para más. El alquiler del piso era para estudiantes, esto es, de septiembre a junio, así que fue la excusa perfecta para buscarme otro piso, con otra gente, donde no hubiera confianza ni asco, de manera que tampoco hubiera tiroteo alguno... 

¡Que te crees tú eso, bonita! Fui a parar a un piso con dos mujeres de entre 40 y 50 años, con más manías que primaveras, una hacía meditación, semidesnuda por toda la casa, la otra no callaba ni cuando dormía. La intimidad era algo que brillaba por su ausencia y el piso no brillaba precisamente, no. Así que, en cuanto cambié de trabajo y tuve algo de tiempo libre, me cogí el periódico del día y me dediqué a llamar a gente que buscaba una chica para compartir piso.

Una mujer de 46 años que vivía con su madre y necesitaba a alguien para cubrir gastos... "pos va a ser que no". Dos chicos con un perro... "pos va a ser que no". Diecisiete senegaleses en un trastero... "pos va a ser que no". Y, de repente, lo encontré. La ganga de mi vida. Un piso enorme, bonito, con cuatro habitaciones, bien de precio y tres chicas de 23, 24 y 25 años. Y allí que me fui. 

Llevo 10 meses viviendo en este piso. Dos de las chicas se han marchado y hemos tenido que buscar más gente. Una inconsciente de 19 años y un chico de 28. Quitando a la inconsciente, los otros tres nos llevamos de maravilla. Compartimos piso y una bonita amistad. Compartimos vida y respetamos la intimidad. Somos como en Friends... reímos y lloramos, vemos la tele, hablamos, cantamos, vamos al cine, salimos por ahí, vegetamos en el sofá... y lo hacemos todo juntos.

La inconsciente lleva unos cuatro meses con nosotros. Ya ha cogido confianza. Y, donde hay confianza, da asco. Una cosa es compartir, y otra adueñarse de todo lo que se encuentra. Soy bastante maniática con eso de que se toquen mis cosas sin mi permiso, o sin que yo esté, o sin que a mí me dé la gana, que por algo son mis cosas. 

Usa mi cafetera y no la limpia, deja la ropa lavada en la lavadora durante días, coge mis planchas del pelo y las deja enchufadas, desordena mi colección de Anatomía de Grey (¡sacrilegio!), intenta encender mi portátil (menos mal que tengo todo con claves), trastea con mi Home Cinema (por ahí no paso), espérate que ahora he llevado la Play, y un infinito etcétera. Tengo el champú y la mascarilla del pelo guardados en mi habitación, porque el contenido de los botes baja misteriosamente, el maquillaje escondido en un cajón inimaginable y ahora estoy pensando en guardarme también el cepillo de dientes, que no me fío un pelo.

¿Es esto excesivo? ¿Soy tan maniática? Los otros dos pueden coger lo que quieran, que no pasa nada, porque son cuidadosos con las cosas. Estoy pensando en comprarme una tele pequeñita para ver las pelis y jugar a la play en mi habitación, pero no me apetece encerrarme en mi cuarto cuando la que está para que la encierren es ella. 

En fin, que si alguien sabe cómo compartir piso y no morir en el intento, que me lo diga cuanto antes, que la inconsciente esta (alias, "la chunga") va a acabar con mi salud mental. Queremos que se vaya, pero no está el tema como para quedarnos sólo 3 en el piso, y bastante nos costó encontrar a alguien, aparte de una chica con un bebé, una mujer de 47 años con su madre y uno de los senegaleses, que ya caben en el piso... "pos va a ser que no". 

Así que ya sabéis, a la hora de compartir piso, mucho ojito. Y que haya confianza, pero hasta cierto punto. Ojo con llevarse ligues a casa si no hay habitaciones para todos, ojo con dejar cosas de valor por la vivienda, ojo con los pagos del alquiler (de esto os hablaré otro día), ojo con dejar el champú al alcance de los demás (tiene tela) y, sobre todo, ojo con las inconscientes chungas.

Que, donde hay confianza, da asco. Y luego vienen los tiroteos. 

Vuelta a la normalidad...

Por fin ha terminado la locura navideña. ¡Qué alegría! Dejamos de gastarnos los cuartos haciendo regalos a los demás, para gastárnoslos comprando cosas que no necesitamos, eso sí, en las rebajas. En la tele se habla de inflación, de subida de precios, de gente vendiendo por internet los regalitos que no les gustan y de la cuesta de enero. Yo debo de ser de otro planeta porque, lo que es a mí, la cuesta de enero me dura todo el año. Menos en julio y diciembre, que hay paga extra.

Y hoy, vuelta a currar. Y encima es lunes. Hacía tiempo que no tenía una semana completa de trabajo. Entre los puentes de diciembre, Navidad, y todo esos festivos, lo más que había currado eran 3 días seguidos por semana... Y encima, en Pamplona, nos lo montamos de alucine... empezamos el 29 de noviembre con San Saturnino, el patrón de Pamplona (por mucho que os sorprenda: no, el patrón de Pamplona no es San Fermín), seguimos con San Francisco Javier, patrón de Navarra, y ya empalmamos con la Constitución, la Virgen y la que no lo es... Una gozada... que ya pasó. 

Así que aquí me tenéis, afrontando un nuevo año, con un día más de curro y menos puentes y festivos, que este año cae todo en sábado. ¡Dichosos bisiestos! ¡Me lo descolocan todo!

A lo que iba. Que hoy vuelta al curro y con más ganas de tocar las narices que nunca. Mi jefe (ese señor al que he visto 10 veces o menos en el año y pico que llevo aquí, y que está siempre en Bilbao) se ha tirado toda la mañana pidiéndome informes y más informes que puede obtener él solito, por su cuenta. Y yo copiando y pegando, haciendo tablas de excel y poniendo colorines, como si me fuera la vida en ello. En el fondo me lo he pasado bien, porque este trabajo es de un tedioso que te mueres, y por lo menos he estado entretenida. 

Me quedan casi cinco horitas de curro ahora, me espera una tarde impresionante. Mi horario deja mucho que desear, la verdad. Después me voy al cine con mis compañeros de piso, que teníamos ganas de salir un rato. Haremos un poquito más pronunciada la cuesta de enero. O la cuesta de todo el año. O lo que sea. Porque, como decía un amigo mío: "La violencia en el cine comienza con el atraco en la taquilla". 

Así que voy a volver a brindar, que es algo que pretendo hacer mucho durante este año. Aunque Juan Pardo lo dijese de otra manera, yo canto que "con un sorbito de champagne, lo malo se traga mejor...". Brindo, pues, por la Navidad que terminó, por los puentes que no voy a tener, por este año un poquito más largo, por mi jefe dándome el coñazo, y por mi eterna cuesta de enero. 

 

¡Salud! 

 

Año nuevo, blog nuevo...

Después de abrir los paquetes y regalos varios de los Reyes Magos, después de intentar coger aire por última vez después del atracón de rosco y turrones, después de decidir que hay que guardar de nuevo todos los adornitos navideños y trastos varios que hemos desperdigado por toda la casa, nos sentamos, suspiramos, y volvemos a pensar en esos propósitos de año nuevo que nos hacemos cada nochevieja.

Es curioso esto del cambio de año. La noche del 31 de diciembre, madrugada del 1 de enero, da igual de qué año, nos parece la más mágica. Nos comemos las uvas, metemos un anillo de oro en la copa de cava, llevamos ropa interior de color rojo y un objeto de madera encima. En Italia comen lentejas, una amiga mía dice que trae buena suerte pasar por debajo de la mesa mientras suenan las campanadas y mi prima se atraganta hasta ponerse de color morado, porque no le gustan las uvas y engulle doce trocitos de turrón de Jijona. En esa noche que se nos antoja crucial en nuestras vidas, pensamos que todo lo malo se quedará con el año que se va, que el nuevo año es en realidad una nueva etapa, que todo irá bien, y que los próximos doce meses sólo nos traerán alegrías, ilusiones y sueños cumplidos.

Algunos se van de cotillón, y conocen una persona increíble, con la que probablemente compartirán el fin de año para siempre. A otros les toca la lotería del Niño. Otros reciben por Reyes el regalo que más ilusión les hacía. Y ya está. Sí que era cierto, el año nuevo sólo iba a traer felicidad. Pero, para la gran mayoría, entre los que me incluyo, todo ha seguido exactamente igual. Ningún golpe de suerte en los primeros seis días del 2008 que nos haga pensar que todo será jauja. Los mismos líos familiares, la misma soledad cada noche, los mismos problemas en el trabajo... La noche del 31 de diciembre, madrugada del 1 de enero, da igual de qué año, simplemente es una noche más. Una noche en la que tenemos carta blanca para hacer excesos, para reír, para soñar. Pero una noche más. Sólo cambiamos un número en el calendario y, como mucho, añadimos un día al mes de febrero. Nada más.

No quiero pecar de desesperanzada, antinavideña o antiilusiones. Es sólo que me frustro y me pico y no respiro. Pero, os contaré un secreto. Al final de cada año, hago mi lista de buenos propósitos y me digo a mí misma al oído que este año todo será mejor, que encontraré mi camino, mis sueños y la felicidad que tanto anhelo. Y, aunque sea 6 de enero y vea que todo sigue igual, miro el calendario y veo que aún me quedan 360 días para sonreír y ver que todo va bien. Y al final, volveré a hacer mi lista de propósitos y, como siempre, el primero será el de "Nunca perder la esperanza". Este año, gracias a una gran amiga, segunda mami que tengo por ahí, he añadido un propósito más a mi lista: crear y llevar un blog.

No sé si seré capaz, si seré constante, o si a veces consideraré mis días lo suficientemente interesantes (en cualquier sentido) como para sentarme aquí y contarlo. Lo pienso intentar. Como nuevo propósito de año nuevo.

Así que nos veremos por aquí. Os deseo un 2008 inmensamente feliz y, sobre todo, lleno de esperanza.

 

Miren.