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Pinocho en el Siglo XXI

Pinocho en el Siglo XXI

Hace unos días, como cada mañana, salí un momentito de la oficina para tomarme un café y hojear y ojear el periódico del día. De repente, un pequeño recuadro, con un suceso, llamó enormemente mi atención.

Se trataba de algo sucedido en una localidad de Murcia. Una niña de 11 años fingió un secuestro para librarse de un castigo por llegar tarde a casa. Vale, ¿que ha fingido qué? Sí, sí. Vale, ¿a qué hora llegaba? Tarde, muy tarde.

La niña en cuestión, no llegaba a casa, y ya era muy tarde, así que sus padres, alarmados, denunciaron su desaparición en el cuartel de la Guardia Civil. Cuando la nenita llegó a su casa, a las 5 y media de la mañana, dijo que tres marroquíes la habían secuestrado, metiéndola en una furgoneta blanca, de la que había conseguido huir por una ventanilla que habían dejado abierta. Y claro está, la mentira y el pastel se descubrieron.

Recuerdo una vez, con apenas 4 años y pico, que me dio el ramalazo y me puse a extender un quesito de esos de La vaca que ríe (¿se pueden decir marcas?) por la pantalla de la tele, una Elbe (otra marca) de los tiempos de Maricastaña, como quien extiende crema hidratante. Después me puse a jugar con mi hermanita, que tenía unos 6 meses, y se entretenía en intentar permanecer erguida, sentadita en su parque-jaula, donde hemos jugado todos los bebés. Llegó mi padre y, con voz de ogro enfadado dijo: “¿Quién ha hecho eso?”. Yo, inocentemente, señalé a mi hermana y dije: “Ha sido Esther…”. Me llevé una paliza de órdago, más por mentirosa, que por la trastada en sí. ¡Menos mal que no se me ocurrió decir que tres marroquíes me habían secuestrado y, a punta de pistola, me habían obligado a extender aquel quesito!

Me parece fatal que los niños mientan de esa manera. Y todos hemos sido niños, y hemos contado mentirijillas para salir del paso en diversas ocasiones. Pero no nos hemos inventado un secuestro como excusa por llegar a casa casi al amanecer, con 11 añitos.

Cuando empecé mi andadura juergueril, era la única de mi grupo de amigas que tenía una hora de llegada. Primero era la 1 de la madrugada, y mi padre estaba puntual esperándome con el coche. Después, las 4 de la mañana, y la nena ya era un poco más independiente, y podía volver sola a casa. Teníais que verme, con 17 años y una media cogorza, corriendo los casi 3 kilómetros que separan mi pueblo del pueblo por el que salíamos de fiesta. Y jamás llegué tarde. Vale que yo era un poco tonta, y podía haber hecho como mi hermana, que siempre se la ha soplado, y ha llegado a casa cuando le ha dado la gana. Pero, eso sí, sin inventarse ningún tipo de mentira.

Excusas hemos usado todos los críos. ¿Quién no se ha hecho el enfermo alguna vez para no ir al colegio? Siempre había un examen, alguna tarea sin hacer, o algún profesor que nos tenía manía, que nos inspiraba un dolor de estómago, de cabeza, o unas ganas irrefrenables de chupar tizas para que nos subiera la fiebre. Yo sólo lo he hecho una vez, y juré no volver a hacerlo. Hacerme la enferma, lo de las tizas nunca lo he probado.

Recuerdo que estaba en 5º o 6º de E.G.B. Había un trabajo que la menda lerenda no había hecho y, claro, por la mañana, al sonar el despertador, descubrí que me dolían el estómago y la cabeza. Vino mi madre a avisarme de que había que ir al cole. Me destapé un poquito, y puse una cara de pena que, de haberme visto algún pez gordo de Hollywood, me hubieran dado el Oscar sin contemplaciones. Le dije a mi madre que me dolían mucho la barriga y la cabeza.

“Bueno, pues te quedas en casa”, me dijo mi madre con calma. Mientras salía de mi habitación, me tapé y me quedé hecha un ovillo en la cama, saboreando mi victoria, condecorándome a mí misma por esa idea tan genial que había tenido. Pero la victoria se me atragantó cuando escuché a mi madre hablando por teléfono con la consulta del médico de mi pueblo. Dicho y hecho, ahí que me llevó.

Cuando llegamos a la consulta, el médico me sentó en la camilla y me preguntó que me ocurría. Volví a poner mi magnífica cara de pena, y le dije con voz quejumbrosa que me dolían la barriga y la cabeza. El doctor me miró y, para cuando quise darme de cuenta, estaba de rodillas sobre la camilla, mirando a la Meca, con los pantalones por los tobillos.

Puede que esa mentira y esa gloriosa interpretación de niñita enferma me libraran de la bronca de mi profesor. De lo que no me libré fue de que el dedo índice de aquel asqueroso médico explorase mi salida trasera. Él dijo que buscaba lombrices, pero aquel día aprendí que el orgullo lo tenemos guardado en el culo, porque aquel tío asqueroso me lo sacó, lo tiró al suelo y lo pisó.

A partir de aquel día, he ido a clase con fiebre, con dolor de lo que sea, sintiéndome muy mal, mareada y enferma. Todo sea porque no vuelvan a sacarme el orgullo por donde no se debe.

Anécdotas traumáticas aparte, un consejo para padres e hijos. Padres: hay una edad para cada cosa, los once años para jugar a las muñecas y a los Gi-Joe, y los 20 para trasnochar de juerga. Una niña de once años no decide por sí misma salir una noche a esas horas… no para jugar. Hijos e hijas: No mintáis. Puede que la mentira se os vuelva en contra. Una falsa enfermedad provoca que te exploren el recto a mala leche.

No quisiera que tres marroquíes tuvieran que exploraros nada.

 

 

 

(Nota: Fijaos en la imagen que acompaña este post... Pepito Grillo era el médico de mi pueblo hace quince años... )

2 comentarios

Ira -

A mi el dedo no m lo metieron en ningun lado, simplemente el medico dijo... "esta lo que pasa es que no quiere ir a clase, verdad iratxe?" yo no me hubiese llevado el oscar pero..¿que pasa? llevaban a mis dos hermanos al medico y no iva a estar yo en el sarao? mi madre ya sabia que era mentira pero creo que aquel día queria demostrarme que para tonta yo. Creo que fue el recuerdo mas joven de haberme quedado en ridiculo.

Y lo de la niña esa.. pobres padres lo que les espera, si con 11 años se le va la olla de esa manera no quiero saber lo que hará con 15...

terremoto -

Mi hniña, me ha encantado y me he reìdo un montòn, hay un dicho muy sabio que dice que se coje antes a un mentiroso que a un cojo y si no... pues siempre cabe la posibilidad de que te pongan mirando para la meca.... jiji pondiosssssss.

Mis hijos desde chiquitos aprendieron, que los castigaba mucvho màs por una mentira que por una trastada, odio las mentiras, siempre es mejor decir la verdad y apechugar con las consecuencias.

Anda qu emenuda imagen de chispa-terremoto van a tener por mi blog....... jej ains qupe recuerdos verdad mi niña' jejejeje y còmo salìan de escopeteaos los pobres, vamos es que sòlo de pensar en los efectos me entran sudores hasta a mì...... jejejeje

Besitos verdaderos... :D